Gonzalo Cappa
Existen las ventanas a la historia. También las puertas. Una de ellas es la de Elvira, donde comienza una ruta por los vestigios musulmanes que tiene al Palacio de Dar-al-Horra como punto neurálgico. Dar-al-Horra fue la morada de la madre de Boabdil y es el único palacio de la zona que ha conseguido traspasar el paso de los siglos. Su torreón ofrece una vista a la Alhambra inédita en las postales de las tiendas de souvenirs.
A TENER EN CUENTA:
- Ruta: El trayecto comienza en la Puerta de Elvira y sigue hacia el barrio del Zenete en el Albaicín. Desde allí se visita la Iglesia de San José, Plaza Larga, el Palacio de Dar-al-Horra y la Iglesia de San Salvador.
- Duración: Dos horas.
Granada tiene multitud de ventanas a la historia. También puertas. Una de ellas es la de Elvira, construida en el siglo XI por los ziríes y puerta de entrada al Albaicín y la Medina. En pleno siglo XXI se mantiene abriéndose espacio casi a codazos con los edificios colindantes y viendo pasar bajo ella a coches en vez de los carromatos y animales de época musulmana.
Este será el punto de partida de una ruta por el corazón del Albaicín en la que, más que las huellas del paso del tiempo, se notan los rastros de los graffitis que asolan cada esquina. Aún así, bajo un maquillaje desfavorecedor, el barrio continúa lanzando ráfagas de historia al visitante que se adentra en sus calles.
Tras pasar el arco, el viajero tomará la calle de Elvira para adentrarse a continuación en el barrio del Zenete. El estado de esta calle no sólo ha sido caballo de batalla en los últimos tiempos. Ya en siglo XVI había una copla que decía así: “Tres cosas hay en Granada/que duran el año entero/ nieve en SierraNevada/ arrebol para la cara/y en la calle Elvira cieno. Transcurridos los siglos, el cieno se ha trastocado en un irregular adoquín por el que discurre el caminante hasta que un coche lo obliga a poner su espalda contra la pared para dejarlo pasar.
Subiendo la calle Abuqueros se llega a la calle Zenete. A unos 50 metros se sitúa el Aljibe del Zenete, restaurado en 1985 y que esconde tras su empedrado las aguas con las que se han refrescado los habitantes del barrio durante siglos. Según Gómez Moreno, este aljibe fue construido en 1517, aunque su tipología lo acerca al resto de aljibes musulmanes. Desde esta zona, gracias a unas obras que despejan la vista de edificaciones, las torres de la Catedral casi parecen poderse tocar las manos.
De vuelta al pasado musulmán, los pasos del caminante se dirigen a la Iglesia de San José y más concretamente a su campanario. Su impoluto color blanco esconde el transcurso del tiempo. Los cristianos, tras la conquista, edificaron sobre las mezquitas sus nuevos templos aunque, en ocasiones, dejaron algunos elementos arquitectónicos musulmanes. Es el caso de este alminar de la Aljama de Almurabitín (siglo X), una de las mezquitas más antiguas de Granada construida con lajas de piedra de La Malahá. La nota de modernidad la aportan dos cables asidos a una esquina que parecen querer derribar este vestigio musulmán del templo cristiano.
La misma historia de iglesias edificadas sobre mezquitas tiene lugar en San Miguel Bajo, donde se alza la iglesia de mismo nombre y, en uno de los laterales, un aljibe del siglo XIII que debió pertenecer a la mezquita que allí se erigía. Su portada está formada por un arco de herradura apuntado y sustentado en dos columnas de piedra de origen romano.
Dejando la plaza de San Miguel Bajo, los pasos y la mirada del caminante se dirigen al Palacio de Dar-al-Horra, al que se llega a través del Callejón del Gallo. Dar-al- Horra –casa de la señora honesta– perteneció a la madre de Boabdil y es el último de los palacios de la zona que han conseguido pasar el transcurso de los siglos sin que se derrumbe su dignidad –y sus paredes –.
Abre de lunes y a viernes y, poco a poco, los turistas incluyen el palacio en su agenda de visitas aunque hasta hace poco tiempo no se incluía en la mayoría de las guías al uso. Tras la conquista de Granada, la Reina Isabel dispuso el edificio para que acogiera el Convento de Santa Isabel la Real. Así transcurrió la historia de la antigua morada de la madre de Boabdil hasta que fue adquirida por el Estado a comienzos del siglo para abandonarlo prácticamente a su suerte.
En las estancias que se sitúan junto al patio destaca la perfecta conservación de muchos tramos del artesonado del techo, que guarda aún incluso policromías originales. Ya en las estancias superiores, y mientras los obreros trabajan en las afueras en el futuro paseo que discurrirá junto a la muralla zirí, la imaginación debe ceder el paso cortésmente al trasiego de los sirvientes de la madre de Boabdil.
En las paredes de una de las estancias destacan tres tacas “de las que mejor se conservan en todo Al Andalus”, destaca uno de los empleados del palacio. Se trata de hendiduras realizadas en la pared donde se ponían los perfumes y que están delimitadas por versículos del Corán. Lo mismo sucede en un artesonado del pasillo colindante, con una inscripción original que contiene la siguiente inscripción: “Sólo Alá es grande”.
Subiendo al torreón, uno de los ventanales ofrece una vista a la Alhambra inédita en las tradicionales postales. “Es una de las vistas más bonitas que hay y una de las más desconocidas”, explica el encargado. De hecho, y aun sin los vapores a incienso de los antiguos moradores, los vestigios del palacio demuestran que hay vida y encanto más allá de la Alhambra. Concretamente enfrente, en el Palacio de Dar-al-Horra.
Es el momento de seguir el camino enfilando el callejón de San Cecilio hasta llegar a Plaza Larga, llamada por los árabes Rahba Almajara y lugar de transacciones comerciales en época nazarí. El viajero tomará aquí el camino que le llevará a la Iglesia de San Salvador, ubicada en las cercanías de Plaza Larga. Allí se ubicaba la Mezquita Mayor del Albaicín que, debido a su deterioro, fue derribada a finales del siglo XVI. Aun así, tras la fachada cristiana, el recinto tiene corazón árabe, al guardar en su seno el único patio de mezquita que se conserva en Granada.
La última parte del trayecto rebusca en la intimidad del pasado y se centra en las casas moriscas que se dispersan por el Albaicín. Es el caso de la Casa del Corralón (Plaza de San Miguel Bajo), Casa Yanguas (al final de la Cuesta del Chapiz) la Casa del Chapiz (en el Peso de la Harina) o la Casa del Horno (perpendicular al Paseo de los Tristes).
De sencilla fachada, las casas guardan los capítulos de la historia más íntima, el día a día de las personas que callejearon por las calles del barrio hace siglos buscando las sombras y los aljibes durante el verano. El interior de estas casas solía tener un patio rectangular con alberca –agua, cómo no– y el alzado solía tener dos plantas con un torreón abierto al exterior.
Cuando el viajero deje atrás el Albaicín, habrá atrapado el discurso del tiempo en pleno zig-zag por las estrechas calles del barrio.