La Calahorra fue la capital del señorío de don Rodrigo de Mendoza, marqués del Zenete, de quien deriva el nombre de toda la zona. Desde aquí no sólo controlaba la totalidad de su territorio, sino también el paso hacia la Alpujarra y la costa mediterránea a través del Puerto de La Ragua. Para ello mandó construir un palacio a semejanza de los italianos que él tanto admiraba, fortificándolo en su exterior bajo la forma de un típico castillo tardomedieval que es hoy el edificio de mayor interés histórico y artístico de la comarca.
La Calahorra sirve de entrada septentrional al Puerto de La Ragua y a su estación de esquí de fondo, en el paso entre las dos laderas de Sierra Nevada. Es un municipio que cuenta con coloridas tradiciones e interesante patrimonio. Un paseo por sus bellas calles permitirá al visitante contemplar notables edificaciones e impregnarse de su cultura.
Los orígenes de este municipio se remontan a la prehistoria, como atestiguan los restos arqueológicos hallados en la zona. Fue ocupado por los fenicios y quedó englobado en la antigua provincia Bastetana, siendo una de sus poblaciones la llamada Arcilacis, que posteriormente derivó en Alcala Horra o Castillo de las Peñas. También los visigodos ocuparon estas tierras y más tarde los musulmanes.
En 1489 fue entregada a los Reyes Católicos, aunque posteriormente, en 1568, apoyó la insurrección de los moriscos contra la Corona. La sublevación fue brutalmente reprimida y tras ser sofocada fueron expulsados del municipio. Posteriormente fue repoblada por colonos de otras regiones.
Tras la reconquista, las tierras fueron concedidas al marqués del Zenete, Rodrígo Díaz de Vivar y Mendoza, quien fue el primogénito del Gran Cardenal Mendoza. Curiosamente, la Reina Isabel, tan estricta en cuestiones de moral, consintió los deslices del cardenal. El nombre de Rodrigo obedece al empeño de su padre por emparentarse con El Cid. De hecho heredó el Condado del Cid en Jadraque (Guadalajara). El primer marqués de Zenete tenía fama de casquivano y violento. Se casó una vez y enviudó, enamorándose perdidamente de una muchacha de quince años que raptó de un convento y con la que se casó. A pesar de los impedimentos, Rodrigo hizo construir para su amada el castillo-palacio de La Calahorra.
Tuvo una educación refinada y se dice que poseía una fabulosa biblioteca. Su hija Mencía, también destacó por su cultura y siempre fue vigilada por la Inquisición, pues se comentaba que propagaba el erasmismo por la zona.
Destacan entre sus platos las gachas, el empedrado y un peculiar estofado llamado ‘sustento’, a base de patatas, costillas, ajos y chorizo. Hoy, las influencias morunas también se pueden descubrir en clásicos de la gastronomía de la zona como es el rin-ran, plato de bacalo del cual existen muchas variantes. Excelentes son también los quesos artesanales y los embutidos del cerdo.